La distorsión de lo que se aleja
Estaba grabando la voz de Saludos en la nieve con Gonzalo y tenía que parar y volver a empezar porque se me anudaba la garganta y la voz no me salía con fluidez. La letra, la melodía y cómo se habían ido entramando los planos de las sonoridades me provocaba un torrente emocional que no podía dominar del todo. Nos reíamos un poco con las lágrimas al borde de mis ojos, “pero ¿qué tiene esta canción? ¿Será demasiado triste?” me preguntaba y esperábamos un rato que se calmara mi respiración hasta arrancar de nuevo con una voz más estable.
Esa tarde tuve que aprender a establecer una distancia con las canciones, la distancia del intérprete. Siempre se habla de lo otro, de la apropiación que hace el intérprete de un tema que no compuso. Como en un juego de espejos, diría que para poder templar y dominar mejor la expresión es importante que el autor mantenga agazapada, en segundo plano, la conexión original con la canción y un poco hacer de cuenta que no sabe de dónde vienen exactamente esas palabras, como si para poder cantar lo que uno escribe pareciera que hay que hacer descender el motivo original a un lugar reservado. Primero hago de cuenta que no lo compuse y a partir de esa enajenación entonces sí puedo acercarme y, ya sólo intérprete, re apropiarme -ahora sí- de otra manera. El autor no puede cantar, canta siempre un intérprete, y el intérprete entabla la conexión con la expresión que la canción necesita y que el autor no puede conseguir porque sabe demasiado.
Una especie de poema precedió a esa letra como suele ocurrir con algunas, primero hay un texto y después las canciones se desprenden de esa primera cápsula como las plantas del caparazón de las semillas. En este caso las primeras anotaciones las hice con la necesidad de fabricar algo que mantuviera vivo un tesoro privado que yo sentía que se iba a empezar a diluir en cualquier momento. Cerca de los treinta aún me perseguía la misma memoria y estaba en muchas canciones. Cierta añoranza mezclada con celebración de lo vivido en el sur, donde pasé mi infancia, y junto al mar, donde nací, un relevamiento de imágenes y sensaciones en un alfabeto imposible de reemplazar. Pido un espacio para contar un poco lo particular del contexto.
Yo vivía en una casa, una residencia llamada "La Argentina". Mis padres fueron algunos años los caseros. Habíamos naufragado en ese lugar cuando ocurrió el cierre imprevisto del hotel LLao LLao, al que mis padres habían llegado desde el Provincial de Mar del Plata, ciudad donde nací. No teníamos casa ni parientes en Bariloche. A último momento un gesto de piedad del dueño de aquella cadena de hoteles que se hundía, puso en las manos de estos padres sin sueldo desde hacía más de medio año y con una niña que empezaba la primaria, las llaves de esa casa de su propiedad, para que nos refugiásemos allí por lo menos hasta que mis padres consiguieran algo o hasta que los rematadores llegaran a hacer el inventario y a desalojarnos. Antes que algo de esto sucediera pasó mucho tiempo, no sé cuánto, pero cambiaron un par de estaciones. Por fin mi padre consiguió un trabajo en otro hotel y pudimos quedarnos hasta que se rematara y el nuevo dueño viniera a ocuparla. "La argentina" estaba en el camino al LLao LLao frente al lago Nahuel Huapi. La vida era solitaria y austera pero plagada de belleza y pequeñas aventuras: la compañía de los perros, el monte lleno de vegetación, los senderos hechos por las liebres, los frutales, las nevadas, la bajada al lago, la ruta, las piedras, el agua helada, todo el tiempo presentes acompañando la vida diaria. Iba muy temprano a la escuela, que quedaba en el barrio alto, lejos de casa, el día aún sin sol y mientras me despertaba escuchaba LU 8 radio Bariloche mientras la leña empezaba a arder para el desayuno. Arrancaba la trasmisión con el micro "Una luz en el camino", una parábola narrada por un pastor adventista con un acento muy particular y después venía un programa que se transmitía desde la Antártida, o al menos eso decía el locutor, y desde una bañera a su lado, una foca, la mascota del programa, saludaba a los oyentes. El programa tenía ese tono jocoso de complicidades internas que suelen tener los programas de la mañana en radio AM y de las que nos perdemos siempre una parte. Tiempo después el conductor murió cuando su avioneta de estrelló en alguna de las idas y venidas al continente y en realidad nunca supe hasta que punto la historia era real o inventada por mí. Cuando viajé a Tierra del fuego a dar unos talleres y cantar en el año dos mil cuatro, canté la canción en una escuela y una persona se acercó a hablarme. Sabía de lo que hablaba la canción en su primera instancia, la del origen, esa que justamente había que dejar de lado para que la voz no tiemble, la que a su vez se pierde en la maraña de interpretaciones que pueden hacer los demás y la que es preferible que sea un secreto que acá estoy develando. Para aquella persona la canción se revelaba siguiendo las pistas que se mencionan sin ninguna intención metafórica: la emisora, la foca, la mañana, los caminos helados, los riesgos, el final. Pero no sé por qué ahora, mientras escribo esto, me parece también como si en esta última parte hubiera algo incierto ¿realmente ocurrió así? ¿Cuánto sabía realmente esa persona de aquél programa de radio? ¿No sería que simplemente conocía la canción de Suárez y me habló de eso y yo creí lo demás, lo completé, lo dí por hecho? ¿Existió realmente ese programa o era una ficción radial creada en los estudios de LU 8? No quiero asegurar nada por temor a ser víctima de un extrañamiento demasiado intenso de la canción donde su origen tuvo que ser tan alejado que se mitificó en mí. Ni siquiera encuentro algo en las enciclopedias de la red ahora.
Lo que sí puedo asegurar es que la inestabilidad estaba presente aquellos días en el sur, y me acompañó desde la infancia. Los trabajos de mis padres que iban y venían, la ruta llena de curvas y resbalosa cuando está cubierta de hielo, el agua que no sube al tanque, la astilla de la leña que salta sin control al hachar, el ritmo de la temporada de la que depende la ciudad, el destino incierto de la cooperativa que mi padre había fundado con trabajadores del hotel, los conflictos con el sindicato, la muerte de Perón y para coronar la incertidumbre, en el año setenta y seis nos vinimos a vivir a Buenos Aires a pocos meses del golpe militar. Se acabaron de golpe también muchas cosas para mí, ya tenía once años y ese sexto grado cambió de pronto de caras y cambió lo que se veía por las ventanas.
Mis compañeros de banda algo deben haber percibido para crear el tono exacto de una canción que les había pasado apenas tocada con la guitarra nomás. Fue también gracias a la sintonía musical que compartíamos, claro, un gusto por detenerse en los timbres más allá de las notas, en los planos, en los paisajes emocionales que puede crear esa disposición. El hi-hat como un racimo de cascabeles, las guitarras de Zanelli como foca, incluso su conversación al comienzo haciéndome reír, las de Gonzalo llevando implacable al lado de mi voz todo el capricho y sinuosidad de la melodía, los toms de Diego como un corazón pesado que marca los pasos, los campanazos del bajo, la radio mal sintonizada que era traer un poco de aquellas primeras presentaciones en donde Fabio hacía ruidos con una radio procesada, todo, todo apoyando la misma narrativa, un imaginario activado por la escucha de la radio entreverado con la vida real, esos dos planos simultáneos, fragmentados y batidos por el paso del tiempo y la distancia.
Yo no sé que película empieza a proyectarse en cada uno al escuchar este tema, ni sé si se les proyecta algo, pero ¡veo tan nítida cada escena de la mía! Claro que tengo mucho material de primera fuente pero lo que más agradezco del registro de esta canción, es que conseguí tener para mí y hasta ahora, un dispositivo de captura y emisión de cosas delicadas de agarrar y mantener vivas. Cada sonido, aparte de la letra, creo que si estuviera en un idioma desconocido para mí provocaría lo mismo, me hace revivir la sensación de la mañana oscura de invierno o el bajar de la ruta al lago por ese caminito peligroso, saltando de piedra fija a piedra movediza.
Le pregunto algunas cosas también a Fabio Suárez, para que no sea este trance “Horrible” tan parcial y subjetivo y dice que Saludos en la nieve probablemente sea uno de los mejores temas que grabamos porque representa lo que él llama “ese ambiente, triste, esperanzado, por momentos optimista, por otros pesimista, melancólico, misterioso”, y aunque no sabe nada él de lo que acabo de escribir, es evidente que coincidimos pero con otras palabras. Dice también que no lo tocamos mucho en vivo. No tengo tan presente eso pero sí que había algo en relación a la dificultad de conseguir el clima completo en vivo, pocas veces se producía. Nos pedían que lo tocásemos y nosotros nos resistíamos porque son importantísimos los planos exactos, insisto, y no se puede lograr el control de eso fácilmente en vivo y también era difícil por algo de las guitarras. Al poco tiempo de grabarlo dejamos de tocar con Marcelo y aunque Gonzalo, como el buen guitarrista que es, podía crear atmósferas o suplantar de alguna manera la ausencia integrando varios arreglos en una sola guitarra, no era lo mismo. La errabundez que caracterizaba los arreglos de Zanelli era muy difícil de reproducir más aún teniendo que llevar el acompañamiento de la melodía al mismo tiempo. En otros temas, en vivo, Gonzalo se podía permitir abandonar el acompañamiento estricto y volver a sostenerlo aunque sea por lapsus intermitentes, como en En la bicicleta.
Marcelo me cuenta algo, hoy mismo, no sin antes recordar, como una advertencia, que la historia es posible que no sea otra cosa que un conjunto de voces sueltas que alguien anuda. Espero anudarlas en una trenza floja y sin moño. Entre lo que uno no se acuerda o se acuerda mal, teme olvidar o teme recordar, la idea de dejar por escrito un relato que involucra a otros, medio que aterra. Ya estamos advertidos Marcelo, así que adelante:
-Saludos en la nieve es otra cosa –continúa, comparando con Guantes de piel-. Otra letra genial de Rosario (n. de la a.: ¡lo dijo él!) y un montón de acordes que me desorientaban un poco. Tardé en aprenderme de memoria la secuencia de aquellos acordes. Para tocar bien estaba Gonzalo así que yo, en otro arranque de “necesaria creatividad y osadía” me coloqué los auriculares y con el morley wah wah y otros efectos intenté acoplarle algunas rarezas y sospecho que lo logré, por momentos. Creo que sólo fueron dos tomas de aquello y sin editar nada ahí quedaron en la mezcla final con dos o tres momentos irrepetibles, los mire por donde los mire y los toque como los toque.
La canción también tuvo su video, el segundo del disco, el primero iba a ser el de Guantes de piel. Este seguía un poco en la misma línea, por el uso de super 8 y la presencia de animaciones. En este caso un estuche de bombo de batería se desplaza solo por maquetas que simulan hielo y nieve hasta llegar a la casa de la calle Maure conmigo adentro. Pero la gran diferencia la hizo en este caso la participación de Martín Rejtman que nos ayudó bastante con su experiencia cinematográfica. Gonzalo siguió, como en el anterior, a la cabecera del proyecto y editamos junto a Martín, quien no quiso “firmar” el clip por considerar que había sido un trabajo de grupo, además que siempre sostuvo sus resistencias al video clip. En este caso los colores eran más acordes a la realidad, podríamos decir, las animaciones más prolijas y logradas y el desarrollo del guión fue más cuidadoso porque toda la idea se pensó antes, casi no se improvisó. Lo hicimos básicamente en el mismo lugar, con algunas escenas que se agregaron de un viaje al sur nevado que hacía poco había hecho Gonzalo con su padre y su novia, mi amiga Cecilia Biagini, fotógrafa de la banda por aquellos días.
Sobre el final había algunas escenas que habíamos filmado con cámara de video en donde aparecía María Fernanda Aldana. Estaba en su cama despertándose, bostezaba y se estiraba. La verdad es que lo incluimos porque habíamos estado haciendo un video de su grupo junto a ellos, en paralelo, el de La ra lá, y además porque queríamos que ella esté a toda costa ya que había participado del disco, aunque no en ese tema específicamente, y nos habíamos hecho bastante amigos. Era una cuestión de afecto, casi de familia.
discazo!
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